martes, 14 de julio de 2009

DISLEXIA: CUANDO UN NIÑO TARDA EN APRENDER


El genio de la Física, Albert Einstein; la gran escritora de novela policíacas, Agatha Christie; el genio del cine de animación, Walt Disney; el astuto político británico, Winston Churchill; y el que fuera paradigma del éxito en el mundo de los negocios, Nelson Rockefeller, figuran en la nómina de disléxicos famosos.

El trastorno en el lenguaje que reconocieron haber padecido estos personajes en su niñez, y que les provocó sufrimientos por las burlas de que eran objeto por parte de sus compañeros de colegio, no les impidió triunfar en los ámbitos más dispares y su éxito ha sido tomado como ejemplo singular por las personas que trabajan con disléxicos para animarles a la superación.

La dislexia es uno de los trastornos del aprendizaje que se diagnostica cuando el rendimiento del individuo en lectura, cálculo o expresión escrita es sustancialmente inferior al esperado por edad, escolarización y nivel de inteligencia.

La disfasia, o pérdida parcial de la capacidad de expresión, es una de las patologías asociadas a estos trastornos, así como el déficit de atención, la dispraxia, que se manifiesta en la dificultad de articulación de palabras o frases, o la afasia, que es la pérdida completa del habla, generalmente a consecuencia de algún trauma.

El Parlamento Europeo alertó recientemente, en un documento publicado en Bruselas, de que más del 10 por ciento de los niños de los 27 países que conforman la UE sufren alguna de estas disfunciones del aprendizaje, por lo que ha solicitado a las autoridades sanitarias de los distintos gobiernos que promuevan la mejora de los tratamientos y ayudas para los afectados, que en la fase adulta pueden sufrir dificultades significativas en el mundo laboral o en su adaptación social.

La Eurocámara pide también más investigación sanitaria en la materia ya que, según subraya, sólo un tratamiento precoz, intensivo y en un entorno adecuado previene la discriminación de los niños que sufren tales trastornos.

Mucho antes de llegar a la conclusión de que un niño padece este tipo de trastornos, a los padres no deben escapárseles una serie de pautas indicadoras del desarrollo emocional previo y del pre-lenguaje, que están recogidas en los protocolos de la Asociación Internacional de Pediatría (AIP).

Según estos protocolos, a los cuatro meses el bebé tenderá los brazos para que los adultos le levanten de la cuna, y a los cinco empezará a sonreír y carcajearse. Al medio año de vida, el niño deberá descubrir el principio causa-efecto: el sonajero hace ruido cuando lo agito, y los adultos reaccionan cuando tiro algo al suelo.

Por esas mismas fechas, puede que muestre indicios de celos si ve coger en brazos a otros bebés, empezará a recelar de los desconocidos, volverá la cara cuando no tenga hambre y mostrará su frustración cuando no consiga hacer lo que quiere, por medio de llantos o balbuceos.

A los ocho meses, el bebé pronuncia su primera palabra, por lo general, y las primeras frases entre los 18 y los 24 meses.

Todos estos detalles significativos suelen adelantar que el bebé llegará a la edad escolar en óptimas condiciones para asimilar lo que los tutores y maestros le irán enseñando, pero puede ocurrir que los trastornos en el aprendizaje emerjan a pesar de la falta de indicios en el desarrollo emocional previo. No obstante, el tiempo transcurrido entre la primera palabra y las primeras frases es muy importante para evaluar si hay retraso.

El Grupo de Trabajo para los Trastornos de Inicio en la Infancia, la Niñez y la Adolescencia en su informe aportado para la elaboración del “Manual recopilatorio diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales” fija las estimaciones de la prevalencia de los trastornos del aprendizaje entre el 2 y el 10 por ciento, “dependiendo de la evaluación”, y añade que en Estados Unidos se considera que aproximadamente un 5 por ciento de los alumnos de las escuelas públicas presenta este problema.

También recuerda en su informe que la tasa de abandonos escolares de niños o adolescentes con trastornos de aprendizaje se sitúa, a nivel global, en torno al 40 por ciento.

El director del grupo de trabajo citado, David Shaffer, de la universidad de Columbia (Nueva York), precisa que “los trastornos del aprendizaje deben diferenciarse de posibles variaciones normales del rendimiento académico”, así como de dificultades escolares debidas a “falta de oportunidades, enseñanza deficiente o factores culturales”.

Estos problemas, añade, suelen ir asociados a “desmoralización, baja autoestima y déficit en habilidades sociales”.

Magda Campbell, del departamento de Psiquiatría de la Universidad de Nueva York y codirectora del grupo de trabajo, advierte de que, si bien “una escolarización adecuada puede dar lugar a resultados deficientes en las pruebas de rendimiento normalizadas”, se ha comprobado que “los niños procedentes de etnias o culturas distintas de la cultura escolar predominante, junto con los niños que han asistido a escuelas pedagógicamente inadecuadas, pueden puntuar insuficientemente en las pruebas de rendimiento”.

Los niños de estos orígenes –añade la especialista- también corren más riesgo de absentismo escolar debido a una mayor frecuencia de enfermedades, o al hecho de vivir en ambientes pobres o desestructurados”.

A pesar de todo, un error de diagnóstico inicial puede ser muy perjudicial para el niño afectado por este problema. Por ejemplo, una visión o una audición alteradas pueden afectar a la capacidad de aprendizaje, por lo que es preciso someter al muchacho a pruebas audiométricas o de agudeza visual, cuando se sospeche que existe una causa física.

Aunque lo normal es que el trastorno de la lectura esté asociado al de cálculo y al de la expresión escrita, el documento del grupo de trabajo advierte de que aquél rara vez se diagnostica antes de finalizar el parvulario, debido a que la enseñanza de la lectura no comienza hasta el primer curso de enseñanza básica.

Por otra parte, cuando el trastorno de la lectura se asocia a un Coeficiente de Inteligencia (CI) elevado, el niño puede rendir de acuerdo con sus compañeros durante los primeros cursos, y el problema puede no ponerse de manifiesto por completo hasta el cuarto o quinto año.

El tratamiento de los trastornos de aprendizaje pasa por la necesaria colaboración entre padres, educadores y psiquiatras o psicólogos infantiles, según Magda Campbell.

La medicación y la psicoterapia sólo se aconsejan en los casos más graves. Para abordar estos trastornos, lo más recomendable es reeducar al pequeño en el aprendizaje de la lectura, por medio de técnicas de reconocimiento de letras, de la enseñanza a través de los gestos y de ejercicios de giros o de corrección de la lateralidad (distinguir entre derecha e izquierda).

Es conveniente que los equipo psicopedagógicos de los centros orienten adecuadamente a los padres en el sentido de disminuir la presión de exigencia que tienen con los niños y, sobre todo, tener mucha paciencia.

En algunos colegios se han puesto en marcha experiencias interesantes, recogidas por el equipo dirigido por Shaffer y Campbell, consistentes en que los padres de estos niños leen y comentan textos con ellos, realizan juegos de atención y observación y les enseñan a razonar.

Por lo que respecta a la adecuación pedagógica, en el protocolo se aconseja una disminución de la presión del aprendizaje, una estimulación del conocimiento del alumno desde el punto de vista oral antes que escrito, anteponer la valoración del esfuerzo del niño al resultado y proporcionarle clases de refuerzo para que vaya equilibrando el nivel.

Fuente: http://www.hoymujer.com/ser-madre/hijo/Dislexia,cuando,nino,tarda,89661,07,2009.html

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