miércoles, 2 de diciembre de 2009

LA LETRA CON SANGRE ENTRA O POR QUÉ QUERÍA MORIRME CON TRECE AÑOS



Decía
Carl Gustav Jung, el insigne psiquiatra y ensayista suizo, que “cuanto más está el hombre sometido a normas colectivas, tanto mayor es su inmoralidad individual”. Son muchos los casos en los que la necesidad de aplicar reglas y baremos se hace a costa de la también indispensable atención a las peculiaridades de cada individuo. No se me ocurre campo en el que esto sea más cierto que en el de la educación. Situaciones similares se dan cuando se deben acatar dogmas o disciplinas adoptadas en estados de excepción.

La propuesta con la que estamos respondiendo a la desmotivación de nuestros escolares consiste en hacerles pasar por un aro cada vez más estrecho. Está formado por una cadena de conocimientos cada vez más inútiles, aburridos y engullidos por la memoria a corto plazo. Defendemos este sistema con el cada vez más falaz argumento de que otros países lo hacen así. De que nosotros hemos olvidado que ‘la letra con sangre entra’ y ellos no. Falso. Los métodos educativos que se utilizan en países que presentan mayor creatividad cultural y empresarial fomentan la capacidad de investigación, experimentación y auto-aprendizaje de los alumnos. El trágala por el que pasan nuestros hijos es una argolla demasiado pesada que no sirve a nadie más que a quienes quieren asentar su poder en uniformizarlo todo y a todos.

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